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P. Michel Lafon, sacerdote de la Fraternidad Secular de Carlos de Foucauld

Durante casi 40 años, el P. Michel Lafon, fiel discípulo del P. Albert Peryguère, vivió en Marruecos bajo el carisma y la espiritualidad del beato Carlos de Foucauld. Compartió vida con los habitantes de El Kbab, en el Atlas medio marroquí, haciéndose uno con ellos y encarnando la vida oculta de Jesús en medio de una mayoría musulmana. Retirado ya en Burdeos, el P. Lafon continúa siendo hoy una de las personas que mejor conocen en la Iglesia el mundo árabe. Un mundo que ama como si fuera el suyo y que hoy presenta a la Iglesia retos urgentísimos.

 

—¿Por qué abandonó El Kbab después de vivir 40 años como único cristiano y sacerdote, en medio de una población mayoritariamente musulmana?

—La primera razón es la evolución del propio país, que pasó de un estado de colonización a la independencia. Eso comportó grandes cambios a todos los niveles. Por ejemplo, en el pueblo de El Kbab, donde hace algunas décadas los niños no sabían lo que era una escuela, ahora están todos escolarizados. La situación en Marruecos cambió totalmente y por lo tanto también cambió el sentido de mi presencia allí. Por otro lado se produjo el crecimiento de lo que se denomina islamismo, que pone interrogantes nuevos en la vida cotidiana.

—¿Qué tipo de interrogantes?

—Después de la muerte del P. Peryguère era como una especie de continuación natural que yo, como hijo espiritual suyo, permaneciera en Marruecos para continuar allí su misión. El P. Peryguère tenía un pequeño dispensario, donde curaba a los enfermos con la ayuda de las Hermanas del Sagrado Corazón, y también organizó un internado para que los niños y jóvenes pudieran ir a estudiar fuera de El Kbab. En este contexto yo era conocido y aceptado en el Kbab como su continuador. En la situación actual, sin embargo, ni una cosa ni la otra son ya necesarias. El propio país, con sus propios recursos, soluciona estas necesidades. Hoy las cosas han cambiado y entre las nuevas generaciones irrumpe una pregunta: ¿Qué hace este hombre aquí cuando no hay otros creyentes cristianos? Incluso las propias autoridades ponían en entredicho mi presencia.

—¿No hay, pues, libertad religiosa en Marruecos?

—No es exactamente eso. Las autoridades en Marruecos encuentran normal que donde hay cristianos, haya también un sacerdote para dirigir y animar a la comunidad, pero el problema surge cuando no hay cristianos. ¿Qué hace un sacerdote en un lugar sin cristianos que atender? Existe, pues, la sospecha de que quizás está allí para convertir a la gente y, por lo tanto, con una finalidad proselitista. Ésta es quizás la primera razón por la que abandoné El Kbab: para prevenir que se pudiera hacer una pregunta así. Quise marcharme de allí para evitar suspicacias y sospechas proselitistas.

—¿Y la ayuda a los pobres?

—Precisamente cuando me iba, algunos de allí me lo preguntaban: «¿Quién se ocupará de los pobres?» Mi respuesta fue clara: «Ahora os toca a vosotros. Estáis llamados a tomar el relevo de esta misión.»

—¿Supuso un gran cambio pasar de El Kbab, en Marruecos, donde vivió 40 años, a Burdeos, en Francia?

—Fue un cambio cultural importante pero no respecto al estilo de vida y al carisma recibido. Actualmente estoy en una residencia de ancianos de Burdeos, que llevan las Hermanitas de los Pobres. Ejerzo un poco como capellán de la casa: animo la liturgia, presido la eucaristía, visito a los enfermos en sus habitaciones... Lo bonito es que soy un capellán que vive con el resto de enfermos de la casa. Vivo con ellos y comparto la vida entera con los que viven allí. Para mí es muy importante vivir con la gente. Eso me lo ha enseñado el P. Carlos de Foucauld: compartir la vida, el trabajo, las alegrías, las penas, en definitiva, todo, con la gente que tienes al lado... Lo hacía en Marruecos y lo sigo haciendo ahora. Antes lo hacía en medio de marroquíes y ahora en medio de personas mayores, con enfermedades y minusvalías. Éste es el ideal que he intentado vivir durante toda mi vida siguiendo al P. Foucauld: vivir con las personas, compartiendo su vida. En Marruecos vivía como uno más, igual que vivían mis vecinos, y ahora lo sigo haciendo, siempre como uno más. Mi ideal ha sido siempre ser testigo de Jesús y de la Buena Nueva, pero no viniendo desde fuera, sino compartiendo la vida con los demás.

—¿Le sigue interesando el mundo musulmán?

—En Burdeos, como ya había hecho en Marruecos, impulso un grupo de encuentro entre cristianos y musulmanes, entre los cuales incluso hay algunos imanes. Compartimos la amistad de forma simple, directa, profunda... También, por mi larga experiencia en Marruecos, muchas parroquias me piden que hable sobre los musulmanes, sobre qué significa ser musulmán y qué se puede hacer para llevar a cabo un acercamiento entre estos dos mundos religiosos y culturales.

—¿Y qué se puede hacer para hacer posible este acercamiento?

—Lo primero es superar los muchos prejuicios hoy existentes, que pueden llegar incluso a provocar miedo. Esto sucede sobre todo por falta de conocimiento. Por eso uno de mis empeños es dar a conocer la realidad musulmana e intentar derribar los muchos tabúes y prejuicios que existen. Es muy importante conocer más y mejor la realidad islámica. Al mismo tiempo, la primera actitud necesaria para el diálogo y el encuentro con el otro es el respeto. Jesús mismo nos dice en el Evangelio que con el mismo respeto y simpatía que nos gustaría ser tratados, hemos de tratar nosotros a los demás. El Concilio Vaticano II afirma también que nosotros debemos considerar a los musulmanes con cariño porque adoramos juntos al Dios único, Creador, Todopoderoso, Misericordioso y Juez en el fin de los Tiempos.

—¿Cuál es la dinámica de los grupos de encuentro entre cristianos y musulmanes? ¿Rezan juntos?

—No, no rezamos juntos... Acostumbramos a tratar temas de actualidad, sobre todo en la problemática islamo-cristiana. También invitamos a personas externas a que nos den alguna charla, tanto de tipo sociológico como sobre problemas concretos, o incluso espirituales. Las últimas que hemos propuesto han tratado  sobre el tema de la oración. Así, una persona musulmana explicaba cómo rezan los musulmanes, otra explicaba cómo rezan los cristianos, y después cada uno daba su propio testimonio personal de oración. Últimamente hemos tratado también temas de actualidad, como el encarcelamiento de un sacerdote francés en Argelia acusado de proselitismo. En realidad se desplazó a la frontera para ayudar y rezar con unos refugiados cameruneses. El arzobispo de Argel se indignó con razón ante esta manera de proceder y en el grupo nos planteamos la posibilidad de hacer también un comunicado público, conjunto entre musulmanes y cristianos, manifestándonos en contra de la condena.

—¿Cómo afrontan las diferencias religiosas entre estos dos mundos religiosos y culturales?

—No creo que sea bueno ni aconsejable esconder las diferencias, ya que eso nos haría caer en un cierto relativismo, pero tampoco tienen que ser el tema principal de nuestro diálogo. Para comenzar tenemos que buscar lo que nos une. Y lo que más nos une es que adoramos juntos al Dios único, que es la esencia de nuestra fe. Eso es lo más importante. 

—¿Qué hacer ante la tendencia del mundo árabe de crear guetos en países extranjeros? Es una dificultad que parece que no existe en otros inmigrantes...

—Yo sólo puedo hablar desde la experiencia francesa. Allí hemos tenido la inmigración polaca y la inmigración italiana, ambas muy numerosas, y ciertamente se han integrado muy fácilmente, en gran medida porque los inmigrantes eran también cristianos. Con el mundo musulmán no ha pasado así, pero no porque ellos no lo hayan querido. Los musulmanes, al llegar, se han sentido excluidos... No es que quieran vivir en guetos, pero se sienten excluidos, y reaccionan así. Es una manera de protegerse.

—¿De nuevo los prejuicios de unos y otros?

—En toda esta situación, tiene una gran importancia el peso de la historia. Existen prejuicios mutuos, aunque éstos se puedan basar a menudo en algunos elementos objetivos. En el mundo islámico se ve al Occidente cristiano como aquél que quiere dominar: las cruzadas, la colonización y países ricos... Uno de los problemas fundamentales es creernos superiores o dar sensación de ello. Hay determinadas cuestiones históricas y sociológicas que nos hacen ser cristianos. Jesús es la verdad y lo creemos, pero sin mérito por nuestra parte. Eso nos debería ayudar a ser más humildes y no creernos superiores a los demás. No se trata de disminuir o diluir nuestras convicciones cristianas, la fuerza con la que creemos en Jesucristo, pero esto no debe hacer creernos superiores. En esta línea pienso a menudo en la oración del fariseo que describe Jesús en el Evangelio: «Te doy gracias, Señor, porque no soy como los demás.» Y Jesús condena esta actitud.

—¿Si Europa fuera más fiel a sus raíces cristianas sería más fácil el entendimiento con el mundo árabe?

—Yo creo que, evidentemente, dos personas creyentes, si viven su fe en profundidad y con coherencia, se entenderán mejor que los que no lo son. Pese a todo, de lo que yo estoy convencido es de que Dios intenta decirnos algo con esta presencia masiva de musulmanes en Europa. Es una intuición que siempre he tenido y, sin conocer aún la respuesta, puedo asegurar que, tal y como conozco a Dios, estoy convencido de que es para el bien de los unos y de los otros.  

«No creo que sea bueno ni aconsejable esconder las diferencias, pero tampoco tienen que ser el tema principal de nuestro diálogo»

Catalunya Cristiana, 8 de marzo de 2008