| |
Inicio > Familia espiritual > Otros > Fraternidad de Emaús > Resurrección Inicio > Documentos > Tiempos litúrgicos > Proclamar, ante todo, la verdad |
“PROCLAMAR, ANTE TODO, LA VERDAD”
(2 Cor 4, 1-6)
LA RESURRECCIÓN DE JESUCRISTO
(Fascículo de preparación a la celebración de la Pascua de Resurrección en la Fraternidad de Emaús - 2008)
“Si Cristo no resucitó, vana es nuestra predicación, vana también vuestra fe”. Así escribía Pablo de Tarso hacia el año 55 a un grupo de cristianos de Corinto. Si Cristo realmente no ha resucitado, la Iglesia se debe callar porque no puede anunciar ninguna Buena Noticia de salvación para nadie. Toda nuestra fe queda vacía de sentido. No tenemos ninguna esperanza verdaderamente definitiva para aportar a ningún hombre. Sólo la resurrección de Jesús fundamenta y da sentido a nuestra fe cristiana.
Vamos a tratar de acercarnos a la experiencia que vivieron los primeros creyentes para descubrir su fe convencida en la resurrección de Jesús y para comprender mejor qué significa para nosotros, nosotras, los y las cristianas, creer en Cristo Resucitado.
1.- LOS DOCUMENTOS
Tendríamos que estudiar todos los escritos que nos han dejado los primeros creyentes, pues en todos ellos se refleja la fe de estos hombres que de diversas maneras y con lenguajes diferentes confiesan el acontecimiento decisivo para los cristianos: Jesús, el crucificado, ha sido resucitado por Dios.
Sin embargo, esta fe en la resurrección de Jesús aparece expresada de manera especial en:
Las confesiones de fe y los cánticos.
Son fórmulas muy antiguas y estables, que han nacido en el entusiasmo primero de las comunidades cristianas y en donde se resume lo más fundamental de la fe sin recoger todos los aspectos. Aquí, los creyentes nos confiesan con toda sencillez y sobriedad que Jesús ha sido resucitado por Dios sin detenerse a narrarnos sus apariciones o encuentros con los discípulos (1 Co 15, 3-5; Rm 4, 25; 10,9; Fp2, 6-11).
La predicación misionera.
Estos textos nos ofrecen una visión más completa de la fe de los primeros cristianos, pues recogen la primera predicación de los discípulos que proclamen a las gentes lo esencial de la fe cristianas. Estos primeros predicadores anuncian un Buena Noticia: Dios ha cumplido sus promesas de liberación, salvando a Jesús de la muerte y confirmándolo como Mesías y liberador de los hombres.
Este acontecimiento nos debe hacer pensar a todos y nos debe empujar a tomar una postura nueva ante la vida poniendo toda nuestra esperanza en Jesucristo (Hch 2, 22-40; 3, 12-26; 4, 8,12; 5, 29-32; 10, 34-43; 13, 15-41).
Los relatos evangélicos.
Después de treinta o cuarenta años de vivir profundamente de la fe en el Resucitado, los creyentes vuelven a reflexionar sobre la resurrección de Jesús para evocar los primeros encuentros con el resucitado, comprender mejor el sentido de la resurrección, alimentar de nuevo su esperanza, extraer las consecuencias más importantes para su vida cristiana y meditar y celebrar con gozo este acontecimiento cuya fuerza transformadora han podido ya experimentar en sus propias vidas.
Por eso, estas narraciones no son una “biografía” de Jesús resucitado. No comprenden ofrecernos una información precisa que nos permita reconstruir los hechos exactamente tal como han sucedido, a partir del tercer día de la ejecución de Jesús.
Son catequesis cristianas en las que los creyentes, animados por una fe largamente experimentada en sus vidas, evocan los primeros acontecimientos que dieron origen a la comunidad cristiana, tratando de ahondar más en su fe en Cristo resucitado (Mt 28; Mc 16; Lc 24; Jn 20-21).
* Pregunta para una reflexión:
La fe en la resurrección de Jesús, ¿puede tener algún interés para un hombre y una mujer enfrentados a los problemas diarios de nuestra sociedad? ¿Por qué?
2.- EL ENCUENTRO DE LOS PRIMEROS CREYENTES CON EL RESUCITADO.
A partir de todo este material del que hoy podemos todavía disponer nosotros, vamos a tratar de acercarnos a la experiencia que vivieron los primeros discípulos.
Lo que precisamente observamos es la dificultad que experimentan estos hombres para expresar y hacernos presentir un poco este acontecimiento inesperado y desconcertante: Jesús, el crucificado, al que ellos han podido ver muerto, ahora se les presenta lleno de vida. Se trata de una experiencia compartida por bastantes, repetida en diversas circunstancias y que ellos tratan de describir de alguna manera, acudiendo a diversas expresiones y procedimientos narrativos (Jesús es el de antes pero ya no es el mismo, está presente en medio de sus discípulos pero no pueden convivir con él como antes…). Estos hombres no nos describen nunca el acontecimiento mismo de la resurrección. Ellos nos hablan de su encuentro con el ya resucitado que se les impone lleno de vida y transforma totalmente sus personas.
Veamos algunos rasgos de su experiencia:
El Crucificado se deja ver vivo.
La fórmula que emplean con más frecuencia indica que Jesús, que había quedado oculto tras el misterio de la muerte, se deja ver, se hace visible, se vuelve a encontrar con los suyos. Se trata de un encuentro cuya iniciativa no está en los discípulos sino en Jesús.
Es el mismo Jesús vivo el que interviene en sus vidas, se les hace presente y se les impone lleno de vida, obligándoles a salir de su desconcierto e incredulidad.
Un encuentro que afecta al hombre entero.
No se puede describir adecuadamente estos encuentros llamándolos sencillamente “visiones” o “apariciones”. Tampoco es acertado preguntarse si se trata de visiones objetivas o subjetivas, externas o internas. Según los discípulos, Jesús se les impone como alguien vivo, en un encuentro que se afecta la totalidad de sus personas.
Pablo llama a su experiencia “gracia”, regalo de Dios (1 Co 15,10) y cuando quiere describirla, nos dice que “ha sido alcanzado por Cristo Jesús” (Flp 3,12) y que “ha descubierto el poder de su resurrección” (Flp 3,10).
Por eso, cuando los creyentes tratan de presentar esta experiencia de manera narrativa, la describen con una gran variedad: Jesús resucitado les saluda, les da la paz, los bendice, los llama, les enseña, los consuela, los envía a una misión… Es decir, el encuentro con el Resucitado los ha cogido, los ha transformado y ha puesto en marcha la fe de la pequeña comunidad.
El descubrimiento del enigma de Jesús.
El encuentro con el resucitado les ha descubierto a estos hombres el misterio encerrado en Jesús. Así llama Pablo a su experiencia “el descubrimiento de Jesús” (Ga 1,12). Por eso, entiende así su encuentro con el Resucitado: “Dios ha querido revelar en mí a su Hijo” (Ga 1,16). En este encuentro han descubierto los discípulos que Jesús, a pesar de haber terminado en una cruz, es el Cristo esperado por el pueblo, y, todavía más, es el Señor de la vida y de la muerte porque en él ha comenzado ya la resurrección, es decir, la liberación total y definitiva de los hombres.
Acontecimiento transformador.
Se trata de un acontecimiento que ha transformado totalmente a los discípulos. Aquellos hombres que se resistían a aceptar el mensaje de Jesús, comienzan ahora a anunciar el Evangelio con una convicción total. Aquellos hombres cobardes que no habían sido capaces de mantenerse junto a Jesús en el momento de la crucifixión, comienzan ahora a arriesgar su vida por defender la causa del Crucificado. Es particularmente significativo el caso del Pablo de Tarso. El encuentro con Cristo resucitado lo ha convertido de perseguidor de las comunidades cristianas en testigo y predicador de la Buena Noticia de Cristo (Ga 1, 23; Flp 3, 5-14; Co 15, 9-10).
Llamada a una misión.
Los discípulos viven el encuentro con el resucitado como llamada a anunciar el Evangelio. Los encuentros de los Once con el Resucitado terminan invariablemente en una llamada a la evangelización (Mt 28, 18-20); Mc 16, 15; Lc 24, 28; Jn 20,21). Concretamente, Pablo entiende su experiencia pascual como una exigencia a predicar la fe entre los gentiles (Ga 1, 15-16). Si atendemos a los primeros cristianos, encontrarse con el resucitado es sentirse llamado a anunciar la Buena Noticia de Cristo (Lc 24, 36;Jn 20, 17-18).
Experiencia prolongada en la vida.
El encuentro con el Resucitado no es un momento privilegiado sin continuidad posterior en sus vidas. Estos hombres reviven en su vida diaria el destino doloroso de Jesús crucificado y el paso a la vida del Resucitado.
La resurrección del Crucificado les ayuda a entender y vivir su vida difícil de cada día con otro sentido y otra profundidad. Desde su propia vida comprenden y viven mejor el misterio de Cristo muerto y resucitado. “Llevamos siempre en nuestros cuerpos el morir de Jesús, a fin de que también la vida de Jesús se manifieste en nuestros cuerpos” (2 Co 4,10).
* Pregunta para una reflexión:
La fe en Cristo resucitado, ¿debe influir concretamente en nuestra visión de la vida? ¿Cómo?
3.- LA RESURRECCIÓN DE JESUS.
Los primeros cristianos viven convencidos de que Jesús ha sido resucitado por Dios. Pero, ¿qué significa esto para aquellos hombres? ¿Qué entendían por resurrección de Jesús? ¿Qué querían decir al hablar de Cristo Resucitado?
No es un retorno a su vida anterior.
La resurrección de Jesús no es una vuelta a su vida anterior para volver de nuevo a morir un día de manera ya definitiva. No es una simple reanimación de su cadáver, como pudo ser el caso de Lázaro o la hija de Jairo. La resurrección de Jesús no es como estas “resurrecciones”. Jesús no regresa a esta vida sino que entra en la Vida definitiva de Dios. Por eso, los primeros predicadores dicen que Jesús ha sido “exaltado” por Dios (Hch 2, 33), y los relatos evangélicos presentan a Jesús viviendo ya una vida que no es la nuestra. Pablo nos dice con claridad que Cristo, resucitado de entre los muertos, ya no muere más porque ahora vive en Dios (Rm 6, 9-10).
No es una supervivencia de su alma inmortal.
Los cristianos no han entendido nunca la resurrección de Jesús como una supervivencia misteriosa de su alma inmortal. Jesús resucitado no es “un alma inmortal” ni un fantasma. Es un hombre completo, vivo, concreto, que ha sido liberado de la muerte con todo lo que constituye su personalidad.
Para los primeros creyentes, a este Jesús resucitado que ha alcanzado ahora toda la plenitud de la vida, no le puede faltar cuerpo.
No es una prodigiosa operación biológica.
Los primeros cristianos no describen nunca la resurrección de Jesús como una operación prodigiosa en la que el cuerpo y el alma de Jesús han vuelto a unirse para siempre. Su atención se centra en el gesto creador de Dios que ha levantado al muerto Jesús a la Vida. La resurrección de Jesús no es un nuevo prodigio, sino una intervención creadora de Dios.
No es una permanencia de Jesús en el recuerdo de los suyos.
La resurrección es algo que le ha sucedido a Jesús y no a los discípulos. Es algo que ha acontecido en el muerto Jesús y no en la mente o en la imaginación de los discípulos. No es que “ha resucitado” la fe de los discípulos a pesar de haber visto a Jesús muerto en la cruz.
El que ha resucitado es Jesús mismo. No es que Jesús permanece ahora vivo en el recuerdo de los suyos. Es que Jesús realmente ha sido liberado de la muerte y ha alcanzado la vida definitiva de Dios.
Intervención resucitadora de Dios.
A los primeros cristianos no les gusta decir “Jesús ha resucitado”. Prefieren emplear otra expresión: “Jesús ha sido resucitado por Dios” (Hch 2, 24; 3, 15). Para ellos, la resurrección es una actuación del Padre que con su fuerza creadora y poderosa ha levantado al muerto Jesús a la vida definitiva y plena de Dios. Para decirlo de alguna manera, Dios le espera a Jesús al otro lado de la muerte para liberarlo de la destrucción, vivificarlo con su fuerza creadora, levantarlo de entre los muertos e introducirlo en la vida indestructible de Dios.
Los primeros cristianos han empleado diversos lenguajes para sugerir de qué se trata. Es interesante escucharle a Pablo. Según él, Jesús ha sido resucitado por la fuerza de Dios que es la que le hace vivir su nueva vida de resucitado (Ef 1, 19-20; 2Co 13, 4). Jesús ha sido resucitado por la gloria de Dios, es decir, por esa fuerza que nos descubre toda la grandeza gloriosa de Dios (Rm 6,4); por eso, Cristo resucitado posee un “cuerpo glorioso” (Flp 3, 21) que no significa un cuerpo luminoso, majestuoso, sino una personalidad llena de la fuerza transformadora de Dios. Jesús ha sido resucitado por el Espíritu de Dios, es decir, por su Aliento creador (Rm 8, 11); por eso, Cristo resucitado posee “un cuerpo espiritual” (1 Co 15, 35-49) que no significa un cuerpo inmaterial, etéreo, invisible, sino una personalidad penetrada por el Aliento vital y creador de Dios.
Este paso de Jesús de la muerte a la vida definitiva, es un acontecimiento que desborda esta vida en que nosotros nos movemos. Por eso, no lo podemos constatar y observar como hacemos con tantos otros acontecimientos que suceden entre nosotros. Pero es un hecho real, que ha sucedido. Más aún, para los creyentes es el acontecimiento más real, importante y decisivo que ha sucedido para la historia de la humanidad.
4.- LA RESURRECCIÓN, PUNTO DE PARTIDA PARA DESCUBRIR A CRISTO.
A partir de la resurrección y a su luz, los primeros creyentes volvieron a recordar la actuación y el mensaje de Jesús y, reflexionando sobre su vida y su muerte, fueron descubriendo la verdadera personalidad de Jesucristo.
Legitimación de la vida y el mensaje de Jesús.
La muerte de Jesús en la cruz, abandonado por todos y condenado en nombre de la Ley, parecía dejar claro que Jesús era un falso profeta abandonado también por Dios. Ahora los discípulos comprenden que no es así. Dios lo ha resucitado desautorizando a todos los que lo habían rechazado (Hc 2, 23-24).
Al resucitarlo, Dios le ha dado la razón y ha legitimado y confirmado con su gesto vivificador, el mensaje y la actuación de Jesús.
Jesús tenía razón, Dios está con él. Los discípulos comprenden que en la vida y el mensaje de este hombre se encierra algo único e incomparable, que es necesario anunciar a todas las personas: Jesús ofrece verdaderas garantías para alcanzar una liberación definitiva, incluso, por encima de la muerte.
El valor de la muerte de Jesús.
Si dios ha resucitado a Jesús, ¿por qué ha permitido su muerte? El Dios que ha resucitado a Jesús, ¿qué hacía en la hora de su ejecución? ¿Dónde estaba en el momento de su asesinato? Los discípulos han comprendido que la muerte de Jesús no ha sido un accidente, una desgracia cualquiera, una injusticia más… Esta muerte ha sido algo previsto y preparado en los designios de Dios. Esta muerte ha sido para salvación del hombre.
Este Dios que en la resurrección se ha manifestado plenamente identificado con Jesús, estaba también con él en la cruz. Al abandonar a Jesús, en realidad, se estaba abandonando a sí mismo por amor a los hombres. En Cristo, moribundo en la cruz, estaba Dios compartiendo nuestra vida humana hasta el fracaso y la destrucción total, y realizando el máximo gesto de su solidaridad y su amor salvador al hombre. “En Cristo estaba Dios reconciliando al mundo consigo” (2 Co 5, 19).
El Señor vive para siempre en Dios.
La muerte de Jesús no ha sido su destrucción, sino su paso a la vida del Padre. Jesús estuvo muerto pero ahora está vivo. (Ap 1, 17-18). Resucitado, vive en una condición nueva junto al Padre (Flp 2, 8-11). Con razón, se le puede llamar ya Señor de la vida y de la muerte (Rm 14, 7-9). Los cristianos ya no se sienten solos. Cristo no es un difunto. Los creyentes saben que junto al Padre tienen a Cristo intercediendo y preocupándose por todos los hombres y mujeres (Hb 7, 25; Rm 8, 34).
El resucitado vive en medio de los creyentes.
El Señor no sólo vive ahora para los hombres, sino entre los hombres. Los discípulos viven animados por la presencia viva del Resucitado (Lc 24, 13-35). Cuando hablan del Resucitado no están hablando de un personaje del pasado, sino de alguien vivo que anima, vivifica y llena con espíritu y su fuerza a la comunidad creyente. “Sabed que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28,20).
La comunidad creyente no se siente huérfana. El Resucitado camina con nosotros como “jefe que nos lleva a la vida” (Hc 3, 15).
Es necesario saber descubrirlo en nuestras asambleas (Mt 18,20), saber escucharlo en el Evangelio (Mt 7, 24-27), dejarnos alimentar por él en la cena eucarística (Lc 24, 28-31), saber encontrarlo en todo hombre necesitado (Mt 25, 31-46).
El retorno del Resucitado.
Cristo, resucitado por el Padre, sólo es el primero que ha resucitado de entre los muertos (Col 1, 18-19). El se nos ha anticipado a todos para alcanzar esa vida definitiva que nos está también reservada a nosotros. Su resurrección es fundamento y garantía de la nuestra (1 Co 15, 20-23). Uno de los nuestros, un hermano nuestro, Jesús de Nazaret, ha resucitado abriendo una salida a esta vida nuestra que termina fatalmente en la muerte. Su resurrección nos abre la posibilidad de alcanzar la liberación última y total (1 Co 15, 22; Ef 2, 4-6). Si vivimos desde Cristo, un día resucitaremos con El. “Dios que resucitó al Señor, también nos resucitará a nosotros por su fuerza” (1 Co 6, 14).
Por eso, los creyentes, en medio de las luchas, los sufrimientos y las dificultades de cada día, ponen su mirada en el Resucitado que un día volverá a consumar y llevar a su término todos nuestros esfuerzos de liberación: “Ven Señor, Jesús” (Ap 22,20).
5.- LA RESURRECCIÓN, BUENA NOTICIA PARA LOS HOMBRES.
La resurrección de Cristo es la mejor noticia que podíamos recibir los hombres.
Ahora sabemos que Dios es incapaz de defraudar las esperanzas del ser humano que le invoca como Padre. Dios es Alguien con fuerza para vencer la muerte y resucitar todo lo que puede quedar muerto (2 Co 1, 9; Ef 1, 18-20). Dios es Alguien que no está conforme con este mundo injusto en el que los hombres somos capaces de crucificar al mejor hombre que ha pisado nuestra tierra. Dios es Alguien empeñado en salvar al hombre por encima de todo, incluso, por encima de la muerte.
Ya el mal, la injusticia y la muerte no tienen la última palabra. La vida no es un enigma sin meta ni salida. Conocemos ya de alguna manera el final. A esta vida crucificada vivida con el Espíritu de Jesús, sólo le espera la resurrección (Rm 8,11). Todos aquellos que luchen por ser cada día más persona, un día lo serán. Todos aquellos y aquellas que trabajen por un mundo más humano y justo, un día lo conocerán. Todos los que, de alguna manera hayan creído en Cristo y hayan vivido con su Espíritu, un día sabrán lo que es VIVIR.
“Yo soy la resurrección y la Vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá. Y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees tú esto?” (Jn 11,25).
* Pregunta para una reflexión:
Señala algunos rasgos que deberían caracterizar la esperanza de un cristiano, de una cristiana.