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Con motivo de su próxima beatificación, la Familia Carlos de Foucauld en España, queremos dar a conocer algunos rasgos de su singular camino de santidad, convencidos de la vigencia que su búsqueda tiene en nuestro mundo actual.
La experiencia de la ternura de Dios
Carlos de Foucauld nació en Estrasburgo en 1858 y tuvo una infancia feliz aunque sus padres murieron cuando todavía no tenía 6 años.
Su adolescencia fue dolorosa, perdió la fe y se hundió en una vida de placer y de desorden. Pero en el fondo de su corazón experimentaba una tristeza, un vacío... Más tarde, comprenderá que esa tristeza era un signo de que Dios no lo había abandonado.
Entró en la escuela militar y salió de ella oficial a los 22 años. Fue enviado a Argelia, que era entonces una colonia francesa. Tres años después abandonó el ejército y emprendió una exploración arriesgada en Marruecos. Allí algunos musulmanes muy religiosos le reciben y protegen varias veces. Se transforman en amigos, y su fe le interpela. En él surge una pregunta: ¿Existirá Dios?
Al regresar a Francia, conmovido por la acogida cariñosa y discreta de su familia profundamente cristiana, empieza una búsqueda. Encuentra un sacerdote que será para él un padre y un amigo: Henri Huvelin. Se convierte en octubre de 1886, a los 28 años.
Descubre entonces a Dios como un padre lleno de ternura que nunca se cansó de esperar a su hijo y desde ese momento busca como responder con toda su vida a este amor infinito de Dios.
El descubrimiento de Jesús de Nazaret
Una peregrinación a Tierra Santa le revela el rostro de Jesús de Nazaret, el hijo de Dios que llevó durante 30 años la existencia oscura de un artesano de pueblo. Esta pobreza y esta humildad lo atraen irresistiblemente...
Vislumbra el camino, pero será largo y accidentado. El hermano Carlos pasa primero siete años en un monasterio de la Trapa, después cuatro años en Nazaret donde vive como ermitaño junto a un convento de Clarisas.
Día y noche permanece en adoración delante del Santísimo como un enamorado que no se cansa de esperar a su Amado. Se deja impregnar por las palabras y los ejemplos de Jesús, deseando que acaben por cambiar su corazón. Y la Palabra de Dios lo interpela.
Una frase del Evangelio sacude su vida: «Lo que hicisteis al más pequeño de los míos, a mí me lo hicisteis».
Ella lo empuja a dejar su soledad para llevar a aquellos que no lo conocen el amor de Dios que arde en él como un fuego. Quiere estar tan atento a la presencia de Jesús en el pobre, como a su presencia en la Eucaristía.
Por eso en agosto de 1900 deja definitivamente Nazaret para prepararse al sacerdocio. Ordenado el 9 de junio de 1901 por el obispo de Viviers, sale unos meses más tarde hacia Argelia y se establece en el oasis sahariano de Beni Abbés... No construye una ermita, sino una «fraternidad» es decir una casa cuya puerta está abierta a todos los que vienen sea cual sea su nacionalidad, raza o religión. Quiere ser el hermano y el amigo de todos.
El trabajo paciente de la amistad
Tres años después de su llegada a Beni Abbés el hermano Carlos oye hablar de los tuaregs del Hoggar. Unos amigos oficiales le ofrecen la posibilidad de emprender un viaje para entrar en contacto con ellos. Camina durante más de 3 meses para encontrar esas tribus nómadas. En 1905 Moussa Ag Amastane, jefe de una de ellas, le permite establecerse en Tamanrasset. Sólo, sin defensa, confía en la palabra de los que lo reciben y se instala en una pobre casita de tierra construida en unos días.
Empieza con gran empeño el estudio de su lengua y su cultura, confecciona un diccionario, transcribe centenares de poemas, con la finalidad de descubrir el alma de ese pueblo y de preparar su evangelización.
Muy pronto se da cuenta de que no es el momento de hablar de Jesús. Intentará decirles quien es su Dios a través de la bondad y de la amistad. Escribe en 1909: «Yo quisiera ser suficientemente bueno para que digan: «Si así es el servidor, ¿como será el amo?»
Configurado a Jesús en su propia muerte
En 1914 estalla la primera guerra mundial y la violencia llega hasta la soledad del Hoggar. El hermano Carlos sabe que se encuentra en un entorno cada vez más peligroso pero, unido al pueblo tuareg por una profunda solidaridad humana, no quiere abandonar a aquellos que lo acogieron hace más de 10 años.
También desea seguir incluso en su Pasión y en su muerte a ese Jesús de Nazaret que cautivó su corazón para dar como él la prueba del mayor amor.
En la tarde del 1 de diciembre de 1916 es secuestrado por un grupo de rebeldes que, al parecer, no tenían intención de matarle. Pero en un momento de pánico, el que lo vigila dispara contra él a quemarropa y el hermano Carlos cae víctima de la violencia como tantos otros durante esos años de guerra.
Muerte solitaria, pero signo de esperanza de que la fraternidad humana es más fuerte que los odios que desgarran a los pueblos. Moussa Ag Amastane, musulmán ferviente, escribía a la hermana del hermano Carlos quince días después de la muerte de éste:
"Carlos, el marabú, no ha muerto sólo para ustedes, ha muerto también para todos nosotros. Que Dios le conceda la misericordia y que nos volvamos a encontrar con él en el Paraíso"