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Cronica de una reunión de hermanos de Jesús de Europa 

Del 23 al 29 de agosto en Issy–les–Moulineaux

Issy–les–Moulineaux, ciudad del sur de París, evoca muchas cosas para alguien que conoce un poco la historia de la Fraternidad: allí se encuentra el Gran Seminario de San Sulpicio, donde, en diciembre 1927, el joven René Voillaume y otros tres seminaristas empezaron a pensar en una vida religiosa inspirada en Carlos de Foucauld. Hoy aún existe ese seminario y acoge a unos cuarenta seminaristas, procedentes de una docena de diócesis de I’Ile de France y de la provincia.

 A esta ciudad llegaron hermanos procedentes de los cuatro puntos cardinales de Europa para celebrar un encuentro cuya sola finalidad era reunirse y reflexionar sobre algún tema que concierne a todos los hermanos de Europa. La anterior reunión de ese tipo tuvo lugar en Málaga en el año 2000 sobre el tema del trabajo.

El tema del encuentro era la historia de Europa y su camino comunitario en los últimos 60 años. Cada día se centraba sobre un aspecto, desde la historia de la redacción de la constitución europea hasta el tratado final de Lisboa o como, por ejemplo, la entrada de un país del Este como Polonia arroja una nueva mirada sobre Europa. El tema que más interpeló fue el hecho de que Europa empieza nuevamente a construir muros, esta vez para rechazar a los inmigrantes. Un último tema tocaba la cuestión de cómo integrar la herencia cristiana en esta Europa pluricultural.

Para muchos el método de trabajo era nuevo. Cada sesión empezaba con extractos de vídeos que el equipo preparatorio había puesto a disposición. Además de esto, los diálogos de los DVD se copiaron a papel de manera que cada uno los tuviera para poder volver a leerlos. Después de la sesión de vídeo se trabajaba en pequeños grupos, tres en total, para compartir y reflexionar sobre lo visto en la película. En un segundo tiempo, siempre en grupo pequeño, el moderador presentaba un párrafo del documento que los hermanos de Europa habían presentado al Capítulo de Bangalore.

Dos veces al día nos encontrábamos en la capilla de la casa para una liturgia de Laudes y al final de la tarde, antes de la cena, para la celebración de la Eucaristía.

Toda la reunión estuvo impregnada por la alegría de encontrarse y el volver a verse; había una alegría aún más profunda al constatar que el otro después de tantos años había permanecido fiel a su compromiso en la Fraternidad. Esto contribuyó con fuerza a la calidad de los intercambios.

Es imposible informar de toda la riqueza de ese compartir y cualquier intento para hacerlo está condenado al fracaso. Pero el encuentro resultó tan interesante que, en el momento de la evaluación, se acordó repetirlo cada tres años.