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EL APRENDIZAJE DE LA AMISTAD

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Dios acercándose a nuestra humanidad, estando con nosotros, hace posible que nuestras relaciones se divinicen. Dios se regala con el hombre en trato amistoso. Dios gusta de estar con nosotros. Como un amigo, nos cita para el encuentro con Él. El encuentro humano está sembrado de la presencia amistosa de Dios. En su amor gratuito rompe cualquier apropiación y dominación. Dios no es nuestro enemigo, sino que se encarna en nuestros vínculos humanos, humanizándolos, llevándolos a plenitud. Y sacando a la luz el misterio y la fecundidad del encuentro humano. La relación humana tiene vocación de amistad, de intimidad fecunda. Crecer en las relaciones es adentrarse en el aprendizaje de la amistad.

 

La amistad no es evidente, Jn 13,21-30

Cuando en el contexto de la última cena Jesús anuncia que uno de los que están con él le va a traicionar y entregar, parece que se rompe lo más sagrado de aquella mesa: la amistad. La afirmación de Jesús provoca sentimientos de dolor, incluso de incredulidad (se miran unos a otros sin saber de quien hablaba; ¿cómo es posible que alguien le pueda traicionar?) Parece ponerse en duda todo el camino compartido. Desde que lo dejaron todo por ir con el Maestro, los riesgos y fatigas vividos juntos, las alegrías de tantos momentos, los diálogos tenidos, las promesas acogidas juntos... ellos han sido algo más que compañeros de viaje. Si no son amigos ¿de qué ha servido todo?

En estos momentos resuenan con fuerza las palabras de Jesús: "Yo no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo, a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído de mi Padre os lo he dado a conocer... Vosotros sois mis amigos. Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por sus amigos" (Jn 15,14-15).

Jesús les ha ofrecido, a lo largo de todo el camino compartido, su amistad; les ha abierto su corazón, su vida, sus proyectos, su relación con el Dios Padre de todos... Jesús les ha regalado ese encuentro que tanto anhelaban. De tener alguien con el que compartir todo, con el que poder vivir, confiar, comunicar... Con Jesús han descubierto que el Amigo es el que nos ayuda a cobrar conciencia de quienes somos, porque ante él podemos ser como realmente somos. Sentimos que todo cuanto hay en nosotros es aceptado y querido. El Amigo es el que me ayuda a conocerme mejor, en cuanto me reclama mostrarme en mi verdad. Su amistad ha enriquecido e impulsado la humanidad que late en nuestro interior. La verdadera amistad siempre es potenciadora de lo mejor de cada uno. El Amigo rompe en nosotros el miedo a la soledad y me hace descubrir la esperanza y la fecundidad de la vida. Como dice S. Agustín "Sin amigo nada es amigo".

Pero Jesús les quiere hacer descubrir algo que aún siendo doloroso (el mismo Jesús se turbó en su interior), forma parte de nuestra condición humana: que la amistad requiere la respuesta del otro, y cada uno somos libertad. La amistad no la podemos suponer, ni exigir, ni imponer... aunque la deseemos o la pretendamos. La amistad no se hace, sino que se acoge y se regala. Es el misterio que va creciendo en la relación de manera gratuita. Es regalo que tenemos que aprender a acoger y dar a los demás. A nosotros sólo nos queda "sembrar" la amistad, "ayudar a que florezca"... pero siempre queda el misterio de la libertad de cada persona. Por eso en todos está la posibilidad de romper el milagro: "Soy yo acaso Señor?"

Jesús nos abre a la Amistad mayor. La que es capaz de dar la vida por los amigos. Jesús deja espacio para la libertad de Judas, no le reprocha nada y le ofrece su amistad, a pesar de todo, respetándole. Le ofrece el pan de su mesa, signo de la comensalidad que se ofrece al amigo íntimo con el que se confía. "Lo que vas a hacer hazlo pronto". La verdadera amistad sólo crece en la autenticidad, cuando somos capaces de mostrarnos sin engaños. La verdadera amistad es la que saca a la luz las verdades más ocultas de cada uno, y mantiene su incondicionalidad. (Judas fue a los sumos sacerdotes para entregarlo. Mc 14,10 "¿Con un beso entregas al hijo del hombre?")

 

Salir al encuentro del amigo, Jn 11

Esta es la amistad que Jesús ha ido sembrando en cada encuentro y relación. La amistad que nos llama a vivir en la fraternidad y con los jóvenes y pobres. Porque es la amistad que nos hace salir al encuentro del otro, que ya no es ajeno sino amigo querido.

El empeño de Jesús ha sido mostrar a sus discípulos que cada encuentro es oportunidad de implicación personal... que más allá  de la eficacia está la fecundidad del amor, que a la larga siempre es más importante, más duradera que los logros inmediatos, porque establece vínculos en el corazón.

Jesús se empeña en mostrarnos que las relaciones se transforman en historia de amor cuando las alimentamos con gratuidad, desinteresadamente, como el Amor de Dios. Cuando las sembramos con paciencia, dejando que crezcan como la semilla echada en tierra, a su ritmo... Cuando nos vinculamos no desde el hacer, sino desde lo fundamental, desde el ser. Cuando cuidamos el estar, el encontrarnos... sobre todo en los momentos difíciles.

 

EL CAMINO DE BETANIA (La amistad)

Jn 11; Jn 12,1-11

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Betania es un lugar de referencia en la vida de Jesús. Betania está cerca de Jerusalén, como a unos quince estadios (Jn 11,18). Betania está pues en el camino de subida a Jerusalén. Jesús está ya lejos de Galilea, de Cafarnaúm, allí donde las multitudes les seguían y la casa era lugar de referencia y de salvación.

En este tramo de la entrega definitiva, Betania es camino de lucha y de amistad. En este evangelio de Marcos, contemplamos como Jesús reside en Betania y va y viene constantemente a Jerusalén (Mc 11, 2.11.12.20). Jesús enseña en el Templo, donde tiene duras controversias con los escribas, con las autoridades, con los sumos sacerdotes, con los saduceos... Jesús está ya bajo sospecha y condenado a muerte. "Desde este día decidieron darle muerte... los sumos sacerdotes y los fariseos habían dado órdenes de que si alguno sabía dónde estaba, lo notificara para detenerle. Jesús no andaba ya en público" (Jn 11,53-57).

Frente a la hostilidad que Jesús va experimentando, Betania es la casa de los amigos, allí donde se vive y se experimenta la fuerza y la gracia del amor. Jesús ha cultivado las relaciones y la amistad a lo largo de toda su vida. Su libertad y su radicalidad en la misión y en la tarea no le han impedido establecer buenas amistades (Simón el leproso, Marta, María, Nicodemo, las mujeres que le acompañaban y le servían con sus bienes...).

Jesús quiere vivir estos últimos momentos junto a sus amigos y tiene un especial interés en que sus discípulos descubran y compartan con él la casa de Betania. Jesús intuye que afanados en tanto trajín, preocupados por tantas cosas... su corazón puede estar vacío y deshabitado.

Jesús quiere que esta tarde, en Betania, miremos nuestro corazón, contemplemos el corazón habitado de Jesús y renovemos nuestra entrega a los jóvenes y pobres.

 

"Señor, aquel a quien tu quieres está enfermo".

El grito de María y de Marta es el grito de los que desde su necesidad y sufrimiento confían en el Señor. Lázaro está enfermo. Y sus hermanas saben por experiencia que Jesús nos quiere con entrañas profundas. María (a quien Juan atribuye la unción de Jesús) conoce bien el corazón de Jesús, ha estado cerca de él, sabe su prontitud y su ternura. María sabe que en Jesús se puede confiar. Y por eso acude a quien sabe le va a escuchar. E interceden por el hermano que sufre.

 

"Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro".

Jesús nos ama, Jesús ama a mis hermanos, Jesús ama a los jóvenes y a los pobres ¡qué consuelo! ¡qué gozo! Esta es la certeza mayor de nuestra vida, la que nunca podemos olvidar, la que siempre tenemos que renovar. La que hace posible la fraternidad, el encuentro, el servicio... Jesús nos ama de manera concreta. Antes de que lleguemos nosotros, el amor de Dios ya está.

 

"Nuestro amigo Lázaro duerme; pero voy a despertarlo. Vayamos donde él"

El amor mueve a Jesús y le lleva y le conduce con urgencia a donde está su amigo. Sus discípulos no entienden la urgencia del aviso. Piensan antes en que tal vez puede correr peligro (¿querían apedrearte y vuelves allí?), sacan conclusiones fáciles ("Señor si duerme se curará") y si por ellos fuera no se moverían de donde están.

Jesús provoca nuestra urgencia; vayamos allí donde sufre el hombre, donde el joven no encuentra sentido, donde el pobre clama liberación. Aunque nos cueste la vida, aunque no sea fácil, Jesús llama a la comunidad, a la Iglesia, a salir e ir al lugar donde el hombre sufre y muere. Vayamos para acercar la vida y la luz de Cristo. Sus amigos son nuestros amigos. Jesús nos descubre a nuestros hermanos desde la amistad que él ha forjado en el encuentro, en la intimidad, con todo lo humano. Jesús nos ha preparado el camino.

 

"Y me alegro por vosotros"

Jesús sabe que si nos acercamos al hermano que sufre, a los lugares donde habita la muerte con la urgencia del amigo, desde el amor, ese encuentro acrecentará nuestra fe, y nos hará descubrir su fuerza. Tomás, tal vez con ingenuidad quiere participar de esa urgencia y anticipa el destino de muerte de Jesús: "Vayamos también nosotros a morir con él".

Jesús por amor al amigo, asume el camino de la muerte, arriesgando su propia vida para salvarle. La Iglesia en voz de Tomás, proclama que quiere seguir este camino en solidaridad con el dolor de los hermanos.

 

"Ahora yo sé que cuanto pidas a Dios, Dios te lo concederá"

Jesús es confirmado en su condición de Hijo por la fe de Marta. En el dolor del momento, Marta a pesar de que ya Lázaro llevaba cuatro días en el sepulcro, sabe confiar en el Señor. Marta cree, a pesar de que Jesús no ha evitado nada.

Lo que en un primer momento es un reproche: "Si hubieras estado aquí", acaba siendo una proclamación de fe desnuda. La muerte de Lázaro ha purificado su amor a Jesús. Y volver a estar con Él le devuelve la esperanza cierta y el consuelo del creyente: para Dios nada es imposible, Si Jesús lo pide a Dios, se lo concederá.

El encuentro con el sufrimiento, con la muerte nos purifica. A Dios no podemos manejarlo para nuestros intereses, a Dios podemos amarle, y dejarnos amar por él. Y desde ese amor creer y confiar en Él.

 

"Yo soy la resurrección"

Entonces, en medio del dolor, Marta escucha palabras de vida: "El que cree en mí aunque muera vivirá; y todo el que vive y cree en mí no morirá jamás". Cuando nos fallan las fuerzas y no encontramos ya ni respuestas, ni horizonte, cuando sólo vemos impotencia, pobreza... Jesús nos abre un horizonte nuevo, que va más allá de la limitación, del fracaso, de la separación, del dolor, de la muerte: la vida que perdura siempre, la vida en Cristo, la vida resucitada del amor, la vida que hace posible la amistad. Y Marta cree: "Sí yo creo".

 

"El Maestro está ahí y te llama"

Y entre los amigos se comunica lo mejor. Marta lleva a María esta buena noticia. Jesús nos hace llegar a través de nuestros hermanos, de los jóvenes, de los pobres... la invitación a salir de nuestro dolor, a ponernos en pie, y a salir de nuevo al camino de la vida, que es el camino del encuentro con Jesús.

¡Tenemos que agradecer tanto a tantos que nos levantan y nos vuelven a Jesús!

 

"Viéndole llorar, se conmovió interiormente, se turbó... Jesús se echó a llorar"

Nuestro sufrimiento hace aflorar las entrañas de Jesús. La muerte del amigo, el dolor de los seres queridos mueve su interior. Jesús no es indiferente a lo que sentimos, a lo que nos ocurre... Jesús muestra la humanidad profunda de Dios, que entra en comunión con la realidad del hombre.

De alguna manera el sufrimiento del hombre es lugar de comunión con Dios. No tengamos miedo a sentir con nuestros hermanos, con los jóvenes, con los pobres... con ellos madurará nuestro corazón y nuestro amor.

 

"Mirad como le quería"

Esa humanidad y dolor que manifiesta Jesús se convierte en signo para los judíos. Al verle llorar descubren su cercanía al hombre. Esta exclamación es una llamada para todos nosotros: que nos reconozcan por lo mucho que nos queremos, por lo mucho que nos conmovemos... Ese amor de Jesús, rompe toda barrera, nos une con todos y hace aflorar lo más divino de cada uno.

 

"Quitad la piedra"... "Señor, ya huele"

Jesús viene a quitar todos los impedimentos y barreras que no nos dejan vivir. Para ello reclama nuestra colaboración. Nuestra misión es "quitar losas", aligerar, "abrirnos caminos", "despojar" de todo lo que encierra, aprisiona, oprime, ciega, somete... a nuestros hermanos, a los jóvenes... A pesar del olor.

Jesús se adentra y nos lanza a la podredumbre, a lo que produce "mal olor", a la miseria más honda, allí donde los jóvenes y los pobres se descomponen y pierden su dignidad. Allí donde nadie entra. Allí donde el hermano muere poco a poco y donde va quedando en el olvido, encerrado en sí mismo, A oscuras, con sólo su olor.

Jesús se adentra por amor, a donde el hombre vive "atado de pies y manos", con vendas y envuelto el rostro. En el lugar donde pierde su libertad, su humanidad, donde vive ciego a la luz, sin esperanza.

Jesús baja a lo más hondo de la miseria humana, al infierno, donde sólo reina la muerte.

Porque la miseria es el ámbito de su misericordia.

No nos equivoquemos hermanos, la adultez en el amor, pasa por adentrarnos en la miseria con entrañas de misericordia. Ese es el lugar al que nos llama Jesús. Donde crece la acogida incondicional y nos vamos purificando de tantas pretensiones.

 

"Padre, te doy gracias por haberme escuchado. Tú siempre me escuchas"

Y Jesús nos sorprende abriéndose en oración al Padre. Jesús sabe que sólo desde el Padre puede afrontar este camino de amor y de entrega hasta el fin. Sólo desde la fe es posible caminar con esperanza por la historia, especialmente por la historia del dolor, por las calles donde reina la muerte y el sin sentido.

Y Jesús hace lugar y momento de oración, y de encuentro con Dios, el sepulcro, Jesús tiene experiencia del Padre, desde la experiencia de muerte. Y se abre en acción de gracias ¡qué paradoja!, cuando parece que todo reclama pedir fuerza, pedir el milagro... Jesús da gracias al Padre. Y no le pide nada. Le reconoce en su grandeza y amor para con todos.

El sepulcro donde abandonan los cuerpos, donde se depositan los muertos, donde no hay vida, ese es lugar de oración para el creyente. Allí, unidos a Jesús, experimentamos la filiación profunda con un Padre que no nos abandona nunca. El fuerte grito de Jesús, rompe con el silencio de Dios, y se hace palabra de vida. Resurrección.

 

"Para que crean que tú me has enviado"

La oración en el sufrimiento es lugar de conversión a la fe. Cuando no se puede esperar nada, y ya todo parece frustrado, Jesús nos llama a ser dignos de esperanza para el mundo.

¡Cuántos sepulcros transitamos sin fe: las calles del barrio, las salas del Hospital, los bares donde se vende y se compra el cuerpo...!

¡Cuántos sepulcros donde abandonamos a nuestros hermanos sin posibilidad de vivir, donde los dejamos a sabiendas de que nada puede esperar ya, donde todo es violencia, frío, explotación, soledad...!

 

Desatadlo y dejadle andar"

Jesús nos hace responsables y partícipes de la salvación de nuestros hermanos, de los jóvenes, de los pobres. Él provoca el milagro: Lázaro vuelve a la vida, eso no es fruto más que de la gracia de Dios. Pero de nosotros depende que Lázaro se desate "de nuevo" y comience a andar con novedad y libertad. Necesita de nuestro apoyo, de nuestra compañía y de nuestra fe... Jesús nos llama a caminar y vivir con ellos.

Pidamos al Señor que renueva nuestro corazón, que unidos a Jesús sepamos abrirnos a la amistad profunda con los jóvenes y los pobres.