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"...en el año 42 del Imperio de Octavio Auigusto, estando todo el orbe en paz, en la sexta edad del mundo, Jesucristo, con su venida, llena de misericordia, concebido del espíritu Santo, nueve meses después de su concepción, nace en Belén de Judá, de María Virgen, hecho hombre" (del oficio nocturno de Navidad, parte del texto de martirologino)
Navidad es una de esas palabras que nos evocan multitud de ideas y sentimientos. Hay muchos términos que empleamos con distintos significados. Así, "sol" es un astro , pero si decimos "eres un sol", significa que eres encantador; o si nos referimos a que "algo brilla como el sol", aludimos a su limpieza y brillo. "Navidad" va unida en nuestra mente a familia, amor, bondad, ternura, compartir, pero también a cosas que no querríamos como consumismo o tristeza por los que no están. ¿Por qué será que el nacimiento del hijo de Dios nos despierta esos mismos sentimientos? No hay más observar que el nacimiento de un niño en una familia es algo muy grande que también nos da alegría, nos hace sentir ternura, compartimos más tiempo con la familia, nos hace pensar en esas personas que no pueden verlo porque ya se fueron y también, en muchos casos, nos lleva a la compra frenética de multitud de objetos. De modo similar, la celebración de la llegada al mundo del hijo de Dios multiplica cada año esos sentimientos. Sin embargo, a pesar de esa tormenta de sentimientos abstractos que nos invaden en Navidad, todos ellos tienen su origen en algo muy concreto que dice la propia palabra Natividad: el nacimiento de Jesús, EL COMIENZO DE UN PROCESO LIBERADOR DEL HOMBRE.
La navidad es el cumplimiento de la promesa de nuestro Dios, con su llegada nace la luz para los hombres y con su conmemoración todos los años, algo se remueve muy dentro de nosotros, algo profundo, bello y sencillo que nos invita a una renovación, a mejorar y cambiar nuestra manera de actuar, a compartir y ver a los hermanos, a los que están aquí y a los que vienen de fuera. La navidad debe ser una época de especial sensibilidad a la hora de acoger a "esos otros" que vienen de fuera, los emigrantes. No podemos olvidar que el propio Jesús se convirtió en emigrante en el momento de nacer, en el momento en que Dios cumplía su promesa de traer la luz a los hombres, de liberarlos de la esclavitud. Una esclavitud que hoy en día encontramos en clave de consumismo, egoísmo e insolidaridad.
Vemos pues, como la celebración de la Navidad, prácticamente universal, nos vincula a algo mágico y universal, a algo ancestral, algo grande, que nos hace sentirnos parte de la humanidad. Una humanidad que aunque llena de defectos fue tocada por la mano de Dios, cuando a pesar de ser algo tan grande como Dios, se hizo uno de nosotros, haciendo mayor todavía su grandeza y humildad. Por eso en el fondo, en Navidad lo que celebramos es algo tan simple y a la vez tan especial y tan grande que a veces parecemos olvidarlo: celebramos que Dios vino a este mundo porque Dios nos quiere.
Pilar y Antonio
(Fraternidad de Zaragoza)