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¿HEMOS PERDIDO NUESTRA PASIÓN EN EUROPA?
En el encuentro europeo de Drongen, (Bélgica) en agosto de 2007, Roger Burggraeve, profesor de teología moral de la K.U.L. (Universidad Católica flamenca de Leuven, Bélgica) nos compartió sus reflexiones sobre el cristianismo europeo. Del Boletín Internacional nº 78
Los principales objetivos en Europa para un cristianismo sin inhibiciones, modesto y acogedor.
Dos tipos de fenómenos desafían hoy a los cristianos de Europa.
En el plano religioso, primero, tenemos una secularización que se expande y una visión desoladora de una cristiandad que desfallece en el vacío. Y en consecuencia, el vacío que deja la cristiandad se llena con otras formas postconfesionales de religiosidad en las que el acento se pone en la satisfacción subjetiva de un Dios reducido a un “algo” impersonal. Por otra parte tenemos un Islam en pleno ascenso, tanto en Europa como en el mundo y no solamente numéricamente sino también en dinamismo y en fuerte proselitismo.
Así mismo, tenemos las nuevas evoluciones sociales con sus implicaciones éticas. Debido al crecimiento explosivo de la ciencia y de la tecnología, se va a desarrollar todavía más esta sociedad de producción y consumo. Su figura clave, la economía de mercado, ha conseguido la posición de monopolio a partir de la caída de la Unión Soviética; es más, se ha globalizado. Ello ha suscitado, de un lado, una anti-globalización de izquierdas, y del otro lado movimientos nacionalistas de derecha y de extrema derecha, junto con sus plataformas xenófobas.
Para los cristianos europeos, estos dos tipos de fenómenos relacionados significan una doble provocación, es decir, una llamada a la radicalización religiosa y una llamada a la revitalización social y ética.
Este re-pensarse religioso consiste en recomenzar desde el núcleo espiritual de la fe, o sea partir de la proclamación de Dios por Jesús, en la que se pueden distinguir dos aspectos. Jesús revela a un Dios personal, que se despoja de su poder y de su majestad para ponerse del lado del débil y del vulnerable. Esta ética “extravagante” de la gracia de Dios no permanece alejada, sino encarnada en actos y palabras, especialmente en la persona de Jesús de Nazaret. Espiritualmente, nosotros podemos experimentar hoy esta proximidad liberadora en y a través de la Iglesia, que se manifiesta en las comunidades vivas y en los símbolos sacramentales, los rituales y los signos. Así, nosotros compartimos la plenitud de la vida de Dios.
Sin embargo la experiencia espiritual de la fe no debería confinarse en la autosuficiencia de un “sentimiento de bondad”, sino que debería llegar a ser también plenamente eficaz en lo social y en lo ético.
La historia del buen samaritano muestra cómo es nuestra vocación, tanto en una óptica de misericordia como de justicia. Ello implica el reto, una y otra vez, de ampliar la atención desde nuestro “otro propio” hacia un reconocimiento y promoción del “otro foráneo”.
Esta ética de sensibilidad y responsabilidad hacia el otro se concreta de forma encarnada en las maneras en que se realiza la hospitalidad hacia las personas que se encuentran en necesidad material, social o espiritual. Y por último, aunque no por eso es menos importante, esta hospitalidad que acoge y trabaja sobre la injusticia que se ejerce contra el otro, es igualmente una fuente de espiritualidad. “Ser para el otro” es también “ser hacia Dios”, tal como aparece, entre otros, en la historia del encuentro de Abraham con los tres beduinos (extranjeros) en el desierto.
Finalmente quisiéramos subrayar cómo todo esto puede inspirar a las fraternidades de Carlos de Foucauld: “Pequeñas y modestas. Sin inhibiciones y eficaces. Accesibles y acogedoras”. En el mundo secular y post-cristiano de hoy, las fraternidades adoptarán una posición humilde, pequeña y sin mayores presunciones. Pero esta pequeñez no tiene por qué bloquear la eficacia y el dinamismo de su testimonio. Su testimonio debe ser sin inhibiciones, honesto, eficaz y visible, anclado en un vínculo espiritual claro con Dios, experimentado y celebrado en comunidad. También ello implica que las fraternidades deben ser comunidades abiertas, accesibles y abordables, alcanzables y acogedoras, tanto para los que están en búsqueda de un sentido espiritual, sea que tengan una opinión similar o diferente, como para los que son no creyentes, o los inestables espiritualmente; también para los antiguos pobres, para los nuevos pobres, para quienes no tienen un sitio en nuestra sociedad.
(Resumen no revisado por el autor)