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HOMILÍA DE LA MISA DE ACCIÓN DE GRACIAS
Muy queridos hermanos y hermanas:
Permitidme en primer lugar, agradecer a mi hermano el obispo Vincent Landel, por haber aceptado celebrar nuestra misa de acción de gracias. Él preside la Conferencia de Obispos del Magreb y hace presente aquí, a toda nuestra Iglesia de África del Norte. Nos recuerda también, que Marruecos no es un país extraño al camino humano y espiritual de nuestro Beato.
La beatificación de Carlos de Foucauld no constituye un acontecimiento en sí mismo, como si le hubiéramos hecho pasar un largo examen hacia la santidad.
Lo que constituyen un acontecimiento, es la vida poco común y a decir verdad, un poco caótica de este hombre y los frutos que él ha producido.
Ha sido necesario tiempo para que ellos maduren, pero están aquí, eso es lo que tiene importancia a nuestros ojos. Y es lo que estamos celebrando durante estos días.
Para dar todo su sentido al don que Dios nos ha hecho a través de él, acabamos de leer dos textos de la Escritura. Estos le van bien.
El libro de la Sabiduría, nos recuerda el amor entrañable de Dios a toda persona, a pesar de sus andaduras y las de Carlos no se nos han ocultado.
El Evangelio de Juan, nos pone ante los ojos, el amor loco con el que Jesús nos ha amado y al que nos invita. Ese amor, ha hecho arder el corazón de Carlos.
¿Qué os puedo decir de Carlos, el Beato? Tantas cosas se han subrayado ya... se han escrito, dicho, revelado... ¿Qué podré yo añadir todavía?
Me detendré en primer lugar en su conversión, esa irrupción de Dios en si vida. Un Dios que él había olvidado poco a poco. Desde su adolescencia, lo había dejado de lado quizá si darse cuenta.
Pero a lo largo de su existencia de alumno perezoso, de oficial poco diligente, de amante de fiestas refinadas, a lo largo de su despertar tardío de patriota y de explorador audaz, poco a poco se va despertando en él la sed de otra vida, de una vida que tenga sentido hacia “Lo Alto“.
El sentimiento de un gran vacío había terminado por obsesionarle. “Yo hacia el mal, pero no lo aprobaba, ni lo amaba. Vos me habíais hecho sentir un vacío doloroso, una tristeza que jamás había experimentado y que me volvía cada tarde cuando me encontraba solo”, escribe él, en una de sus meditaciones.
Pero Dios no abandona a los suyos: “Tú tienes piedad de todos. Porque Tú lo puedes todo. Cierras los ojos a los pecados de los hombres para que ellos se arrepientan“. Hemos escuchado en el libro de la Sabiduría, Dios es paciente, espera su hora. Gracias al testimonio de vida de los musulmanes va a comenzar a despertar. “El Islam produjo en mi un profundo cambio. La fe de estos hombres que viven continuamente en la presencia de Dios, me ha hecho entrever algo más grande y más verdadero que las ocupaciones mundanas”. La experiencia de la existencia vivida al lado de los hombres de Islam le va a provocar, le va a llevar a reencontrar la fe de su infancia. Tiene veintiocho años.
El encuentro con su Dios pasa en el secreto del confesionario, sin ruido, en un murmullo, un reconocimiento por fin confesado, un compromiso para toda la vida. El deseo de vivir solamente para ese Dios que acaba de descubrir, por el que ha sido seducido.
Y esta seducción, tendrá la forma de una herida de amor. Un amor que habrá que ir afinando siempre, una búsqueda incesante y ardiente que no le abandonará nunca. Parte para un largo viaje interior, que lo llevará hasta lo más profundo de él mismo. ¡El corazón humano es un vasto desierto!
Una vez oída la primera llamada, comienza una larga andadura, una larga vida de búsqueda de Dios. Primero en la vida monástica, pero eso no le parece bastante. Ese Dios que él busca, va a tomar rostro humano en Jesús de Nazaret, cuyo país visita. Allí en Galilea, Jesús de Nazaret.
Es el descubrimiento de un Dios pobre, pequeño, humilde, siempre en ese lugar del que nadie le podrá quitar, el último. El Dios de “Lo Alto”, hay que buscarlo en “Lo Bajo”. Ese nomadismo espiritual, va a llevarlo finalmente a los confines del Sahara. Tiene cuarenta y tres años.
No va por amor romántico al desierto, sino por amor a los más lejanos. Este amor se va a ensanchar aún más: Jesús encontrado, contemplado, buscado en sus largas meditaciones en Nazaret, lo hallará de manera más concreta y menos romántica en Beni- Abbes, en el Hogar, en los pequeños y excluidos, aquellos que no tienen lugar en la sociedad humana y va a reencontrarlo, en aquellos que no comparten ni su universo religioso, ni su cultura, a ellos, va a consagrarle su tiempo, su energía. No acomodándose, sino encarnándose lo más posible, con la herida continua y lacerante de no poder estar con ellos en el último lugar, siempre ocupado por su “Bien Amado Señor Jesús”.
Viviendo en el seno de un pueblo que no comparte su fe, le gustaría comunicarle la suya. Él, que está animado del fuego del Evangelio, va a callarlo, por un infinito respeto a los otros y va a descubrir que está llamado a gritar el Evangelio con toda su vida. Es esta sin duda, la más bella herencia que nos ha dejado. Y se contentará con hablar al Bien Amado en la Eucaristía celebrada y contemplada, a través de la incesante meditación del Evangelio....
Él, que soñaba dar su vida por los otros, la va a recibir de ellos cuando enfermo de escorbuto, está punto de morir. Son los pobres los que se la dan a él. Siempre Nazaret. Va a llevar más lejos aún esta Encarnación, aprendiendo su cultura y su lengua, porque es él el extranjero, es él el que tiene que dar el paso, empezando por los primeros balbuceos del niño. En largas horas de trabajo y constancia aprende la lengua, trascribe seis mil versos de poesía y compone un diccionario en cuatro volúmenes. Su vida va a transcurrir entre la acogida, la adoración y el estudio, hasta el día uno de diciembre de mil novecientos dieciséis, cuando lo mataron a la entrada de su fortín en Tamanrasset.
¿Vamos ahora a quedarnos contemplando la vida de este hombre como si él hubiera obtenido por fin un diploma de perfección? Nosotros sabemos que no superó con éxito todos los desafíos que se impuso a lo largo de su vida. Sería una pena que nos equivocáramos en este punto. La perfección está sólo en Dios, Dios sólo es El Santo, Dios sólo es El Perfecto. En su existencia, vivirá sin cesar la tensión de sentirse tan lejos de ese Dios que está tan próximo a él. Él, que ha soñado una vida de fraternidad con compañeros, se ha encontrado inepto para la vida comunitaria.
Él, que ha meditado tanto sobre la fraternidad universal, ha tenido frases sobre sus adversarios de la primera guerra mundial, que nosotros no podemos admitir. Tan cerca como estaba de la población del Sur del Sahara, no pudo imaginar su desarrollo fuera del colonialismo, aunque fuera un colonialismo de rostro humano. Su sangre guerrera, se despertaba a veces ante los conflictos provocados por las poblaciones rebeldes.
Soñaba ser un mártir y se dejó encerrar en su fortín, con las armas que había prohibido tener a sus posibles compañeros de Fraternidad. ¡Tal vez esto es lo que le provocó la muerte! ¡Y nosotros fácilmente podríamos hacer de abogados del diablo, sobre algunas otras sombras de su existencia! Pero creo que eso está ya hecho.
¿Pensáis tal vez, que estoy oscureciendo la figura de un hombre, del que yo he trazado hace un momento las grandes líneas, en términos más bien elogiosos?
¡No! No debemos olvidar jamás, que Carlos era un hombre modelado del mismo barro que nosotros, animado por las mismas inquietudes interiores, las mismas contradicciones, las mismas andadura. ¿Y si eso nos dijera algo sobre la santidad? ¿Y si eso nos dijera algo sobre el amor tal como Jesús nos lo propone? “Como el Padre me ama, así yo os he amado”.... “Este es mi mandamiento, amaos los unos a los otros como yo os he amado” ¡Ah! Si no hubiera ese “como” que nos hace imposible llegar a amar como Jesús nos ha amado.
Yo creo que la gran herida de Carlos, que es también la nuestra, de cada uno y cada, es el deseo de amar que no puede alcanzar la plenitud; pero dichosa llaga de amor herido, ella puede ser un estímulo para ir hacia delante.
Carlos de Foucauld nos deja una herencia que hay que hacer fructificar, unos desafíos que hay que acoger. Él nos deja una obra inacabada. ¿Vamos a encerrarlos en un museo de piedad?, ¿o vamos a trabajar para continuar el surco trazado?
Los grandes desafíos evangélicos permanecen abiertos ante nosotros:
- Desafío de la dulzura y de la no violencia evangélica.
- Desafío del amor fraterno vivido en el seno de una comunidad.
- Desafío de una fraternidad vivida a escala planetaria, por encima de toda manifestación de odio étnico y vengativo, por encima de todo sentimiento de superioridad nacional o cultural.
Hayamos deseado o no, la beatificación de Carlos de Foucauld, estamos cogidos por su propio mensaje y por su obra inacabada.
No se trata de poner a nuestro beato en los altares, de llevar su medalla al cuello, de venerar sus reliquias, sino de entrar en su escuela, es decir en la escuela de Jesús, de su bien Amado y Maestro Jesús.
Si nosotros queremos seguir los pasos de Carlos, no hay otro camino que el que pasa por Jesús de Nazaret. Aquel que ha escogido el último lugar.
Claude Rault
Obispo de Laghouat- Gardaia
(Sahara, Argelia)