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Testimonio de Giovanni Pulici.
Vigilia de oración. Abadía de Tre Fontane12-11-2005
Esta es la historia de mi encuentro con este gran personaje, que entró en mi vida, dejando en ella una marca indeleble.
Nos situamos en los años 50, concretamente en el mes de mayo de 1953. Hacia finales de mes, participé en unos ejercicios espirituales dirigidos por Jesuitas. El Padre que predicaba, nos habla de Carlos de Foucauld, un personaje desconocido para mí hasta entonces, y lo define como «ese santo que es santo pero que todavía no es santo». De pronto, en lo profundo de mi corazón, se suscita una pregunta: «¿Quién sabe si antes de morir lo veré en los altares?»
Unos años después, un domingo de diciembre, antes de las fiestas de Navidad, en un mostrador instalado cerca de la basílica de mi ciudad, se exponen libros propios para regalar. Entre ellos atrae mi atención un pequeño fascículo en cuya cubierta está impreso el rostro de un santo. Me paro, porque esa cara parece que me llama. Leo el nombre de ese hombre: es él, otra vez, Carlos de Foucauld. Decido comprar el libro. Una vez en casa, comienzo a leer la biografía de Carlos de Foucauld: el personaje me fascina. Fui ahondando cada vez más en su conocimiento, hasta llegar a ser «su amigo».
Pasa el tiempo... En los años 80, concretamente el 15 de junio de 1981, operan a mi mujer de un cáncer de mama. La intervención quirúrgica y el postoperatorio transcurren sin problemas, pero a finales del 83, mi mujer acusa fuertes dolores en el tórax. El médico de cabecera la examina escrupulosamente, y al no encontrar nada grave, la envía a hacerse unas radiografías. Y ahí se descubre el drama: la placa muestra múltiples fracturas en los costados, debidas no a caídas o a traumatismos, sino sencillamente a estornudos o a la tos. Según los médicos, el cáncer ha invadido los huesos. Otras radiografías y estudios de los huesos confirman la gravedad de la situación.
El Carnaval de 1984 se prevé dramático. La ciencia médica ya no sabe qué hacer. Entonces yo, gran devoto de Carlos de Foucauld, me dirijo a él, en ese momento de gran sufrimiento; lo hago en el dialecto de mi región, rogándole y suplicando que me conceda la gracia de salvar a mi mujer, pensando en nuestra hijita, que tiene sólo 4 años. «¿Qué voy a hacer sin ella?» Desde lo profundo de mi corazón surge esta sencilla oración, y Carlos me escucha [Giovanni dice las palabras que siguen en el dialecto de la región de Milán]:
"Carlos, Carlos, tú que eres francés y entiendes el dialecto de mi región, te ruego, te suplico, concédeme esta gracia: Salva a mi Juana, piensa en mi pequeña, ¿qué puedo hacer sin ella? Carlos, Carlos, ayúdame."
En pocos días los dolores se atenúan: los controles radiográficos muestran que han cesado las fracturas, y que las que hay se están soldando. La vida continúa y en mi corazón va tomando cuerpo un gran agradecimiento a Carlos de Foucauld.
Llegamos al Jubileo del año 2000. Voy a Roma con miembros de mi familia y amigos para participar en las jornadas de clausura del Año Santo. En la plaza de S. Ignacio me encuentro casualmente con un grupo de Hermanitas de Foucauld, y les pregunto cuándo van a beatificar a Carlos de Foucauld. Me responden que en el proceso de Beatificación falta el milagro. Al oír esto, exclamo: «¡El milagro, yo lo tengo!». Intercambiamos nuestras direcciones y a partir de ese momento se intensifican nuestros encuentros, y comenzamos a reunir todos los documentos que atestiguan la veracidad de los hechos.
En marzo de 2003, se cierra el proceso diocesano con «resultado favorable», y finalmente el 24 de junio de 2004, la Comisión para las causas de los Santos reconoce el milagro atribuido a la intercesión del Siervo de Dios Carlos de Foucauld, que mañana entrará en la multitud de los Bienaventurados.
Abadía de Tre Fontane, 12 de noviembre de 2005