Extractos de los escritos del hermano Carlos
UN AMOR APASIONADO - Textos más amplios -
Carlos de Foucauld queda tan impactado por el gran regalo que Dios le hace en su conversión que, en el mismo instante, se dispone a responder con el don total de sí mismo y hacerlo todo en función del mayor amor, y la consecuente imitación de Jesús.
"Tan pronto como creí que había un Dios, comprendí que no tenía otro remedio que vivir para El sólo: mi vocación religiosa data del mismo momento que mi fe: ¡Dios es tan grande...!
Yo deseaba ser religioso, vivir sólo para Dios y hacer lo que fuera más perfecto, fuese lo que fuese. Mi confesor me hizo esperar tres años; yo mismo, aunque deseaba “exhalarme ante Dios en pura pérdida de mí “como dice Bossuet, no sabía qué Orden elegir: el Evangelio me hizo ver que el “primer mandamiento es amar a Dios con todo el corazón”, y que era preciso encerrarlo todo en el amor; todo el mundo sabe que el amor tiene como primer efecto la imitación; así pues, era preciso entrar en la orden donde encontrara la imitación más exacta de Jesús. ¡Hay tanta diferencia entre Dios y todo lo que no es Él!"
(Carta a Henry de Castries 14 agosto de 1901)
A Carlos le cuesta mucho dejar a sus seres queridos, en particular a su prima Marie de Bondy. Pero el amor a Dios se manifiesta aún más fuerte que el dolor:
“Cinco de la tarde. Ha llegado el último día, llegado y casi pasado. (…) Son las tres menos cuarto en París, yo estaba con usted, a punto de dejarla a usted un ratito, para ponerme a los pies del Sr. Cura y entrar por última vez en San Agustín. (…) A esa hora, a las cinco, estaba de nuevo cerca de usted, por última vez en este mundo. ¡Bendito sea Nuestro Señor Jesús que me ha dado una fuerza que no es mía…! ¡Bendito sea Aquel que se ha dignado hacerme hacer este sacrificio! ¡Que Él la bendiga a usted, por quien Él me ha dado tanto; que Él nos haga agradecidos y fieles! ¡Que me enseñe a separarme cada vez más de mí mismo para encontrarle a Él, para no vivir sino para aliviar su corazón; que todos nuestros actos sean para aliviarle, para consolar ese Sagrado Corazón, que usted me dio a conocer; que todo lo que somos sea para su consuelo, para Él!”
(Carta a Marie de Bondy, enero de 1891)
El Padre Huvelin dijo de Carlos de Foucauld: “De la religión hizo un amor”… Y ¡cuán apasionado era este amor!
“El amor tiene sed de adorar, de postrarse, de empequeñecerse a los pies del Amado; tiene sed de darse, de poner a los pies del Amado todo lo que tiene y todo lo que es: esta postración, y este don total de sí mismo, contienen la obediencia perfecta: el amor siente una necesidad irresistible de no existir ya más para uno mismo, de fundirse y perderse en el Amado (…) Haced que permanezca, Señor, en el secreto de vuestro rostro: lo haré conservando sin cesar el pensamiento de vuestra presencia, haciendo de mi vida una oración perpetua, realizando las obras exteriores que mi deber quiere que haga, pero pensando que no son más que una figura que pasa, una vanidad que se disipa en humo, que no son lo profundo de mi vida; lo hondo de mi vida es estar escondido en el secreto de vuestro rostro, es contemplaros constantemente. Haced que vea la vanidad de todo lo que no sois vos, no dejéis que mi corazón y mi espíritu estén apegados, ni siquiera por distracción, a lo que no es vos; recogedlos sin cesar, cogedlos como un pájaro coge sus pequeños, (...) y sea lo que sea que vuestra voluntad me mande hacer exteriormente, interiormente, esté siempre a los pies del Sagrario, escondido en el secreto de vuestro rostro”.
(Meditación 27 de enero)
Amar a Dios es pensar, hablar, actuar como Jesús lo hubiera hecho:
“La verdadera, la única perfección no es llevar tal o cual género de vida, sino hacer la voluntad de Dios; es llevar el género de vida que Dios quiere, donde Él quiere y llevarla como Él la hubiera llevado … y en todo acerquémonos a Él con todas nuestras fuerzas y seamos en todos los estados, en todas las condiciones, como Él mismo hubiera sido, como Él se hubiera comportado, si la voluntad de su Padre le hubiera puesto donde a nosotros nos pone… Sólo ahí está la perfección… Y pensar, hablar, actuar como Jesús hubiera pensado, hablado, actuado”.
(Meditación, Nazaret, 1898)
El que ama pierde el tiempo mirando sus propias imperfecciones: solo mira al que ama y es feliz con Él.
“¡Alégrese! Alégrese por amor. El Amado es feliz; debemos estar contentos con su felicidad. Que nuestro corazón entre en la alegría y la paz porque Aquél a quien amamos más que a nosotros mismos vive en una felicidad y una paz infinitas perfectas, inmutables... No caiga demasiado en este fango que somos nosotros mismos; hay que hacer todos los días el examen de conciencia, pedir perdón, sufrir en nuestra infidelidad, en nuestra falta de amor, y humillarnos... Pero no debemos tener siempre los ojos puestos sobre nosotros... el amor mira a aquél que ama, el amor mira sin cesar, al amado, no puede apartar los ojos de él. Y lo contempla sin fin... Ya que nuestro Amado es feliz debemos ser felices con su felicidad."
(Carta a Luis Massignon, Tamanrasset 7 de abril de 1912)
Consejos para amar a Dios rezando …
“El amor consiste no en sentir que se ama sino en querer amar: cuando se quiere amar, se ama; cuando se quiere amar por encima de todo, se ama por encima de todo. Si ocurre que se cae en una tentación, es que el amor es demasiado débil, no es que no haya amor.”
(Carta a Luis Massignon, 15 de julio de 1916)
“Hay que emplear pocas palabras, nada de grandes discursos, nada rebuscado: palabras sencillas, hay que dejar hablar al corazón; que nuestra oración sea así: larga por el tiempo que le consagramos, corta por las frases que usamos en ella, que esté hecha de gritos del corazón, repetidos tan a menudo como nuestro corazón tenga deseo de hablar, que clame a su Padre con toda libertad y toda sencillez, repitiendo las mismas palabras tantas veces cuantas experimente la necesidad. (…) Rezaremos largo tiempo, con pocas palabras, llamando con insistentes golpes a la puerta del Sagrado Corazón de Dios”
(Nazaret, meditación)
“Mt 14, 23. Nuestro Señor reza solo, reza de noche. Es una costumbre en Él. Muchas veces nos repite el Evangelio: “Se retiró Él solo durante la noche a orar.” Amemos, acariciemos, practiquemos a ejemplo suyo la oración nocturna y solitaria. Cuando todo dormita en la tierra, velemos y hagamos ascender nuestras plegarias a nuestro Creador.”
(Meditaciones sobre los santos Evangelios, Nazaret, 1897-1898)
Se nota cómo este amor a Jesús va a ir transformando la vida de Carlos en una configuración total al Ser Amado:
“Dios mío, yo no sé si es posible a ciertas almas verte pobre y permanecer voluntariamente ricas; verse más grandes que su Maestro, que su Amado, y no querer parecerse a ti en todo, aún en lo que depende de ellas, y sobre todo en tus humillaciones; yo bien deseo que ellas te amen, Dios mío; sin embargo, creo que falta alguna cosa a su amor, y, en todo caso, yo no puedo concebir el amor sin una necesidad, una necesidad imperiosa de conformidad, de parecido y, sobre todo, de participación en todas las penas, en todas las dificultades y durezas de la vida. Ser rico a mis anchas, vivir cómodamente de mis bienes, cuando tú has sido pobre, sin dinero, viviendo penosamente de un duro trabajo… por mi parte, yo no puedo, Dios mío, amar así. “No conviene que el siervo sea mayor que su señor”, ni que la esposa sea rica cuando el Esposo es pobre, cuando él es voluntariamente pobre, sobre todo porque él es perfecto. (…) Yo no juzgo a nadie, Dios mío; los demás son tus servidores y mis hermanos, y yo debo amarlos, hacerles el bien y orar por ellos; pero me resulta imposible comprender el amor sin buscar la semejanza y sin participar de todas las cruces.”
(Retiro en Nazaret, noviembre de 1897)
Asimismo, este amor absoluto no se queda algo abstracto o sentimental, al contrario, genera una conformidad completa de la voluntad personal a la voluntad de Dios:
"Hacer todo para Dios, en el fondo consiste en no tener ojos más que para Dios, en mirar siempre a Dios, y entonces, naturalmente, uno no obra más que para Él. Cuando se ama a un ser, se le mira sin cesar, solo se tienen ojos para él, no se tienen pensamientos más que para él, uno está totalmente orientado hacia él, todos los pensamientos, palabras y acciones se refieren a él, a su bien, a sus gustos: es el amor… ¡Oh Dios mío, haced que os amemos y entonces viviremos exclusivamente para Vos!”
(Meditación 9ª, Mt 6, 1. Nazaret 1897-1898)
Leyendo y meditando sin cesar el evangelio, Carlos va descubriendo cuál es principalmente esta voluntad divina: comportarse como Jesús se comportó con los demás, según las Bienaventuranzas, con el mismo amor absoluto…
“Debería ver en cualquier enfermo no a un hombre, sino a Jesús y, por tanto, debería mostrarle respeto, amor, compasión, alegría y agradecimiento por poder servirle con celo y con dulzura. Debería servir a los enfermos como sirvo a los pobres, esforzándome por prestar a unos y a otros los servicios más abyectos, como Jesús lavando los pies de sus apóstoles. Soportar la presencia de los malos, con tal que su maldad no corrompa a los demás, como Jesús soportó a Judas. No resistir al mal. Acceder a cualesquiera peticiones, aun las más injustas, por obediencia a Dios y para, mediante esta condescendencia, hacer bien a las almas y obrar con los demás como Dios lo hace. Seguir haciendo el bien a los ingratos, por imitar a Dios, que hace llover sobre buenos y malos. “Si no sois buenos más que con los buenos, ¿dónde está vuestro mérito?”; “Sed buenos con los malos, con los ingratos, con los enemigos, como Dios mismo”; Todo hombre vivo, por malo que sea, es hijo de Dios, imagen de Dios, miembro de Jesús: respeto, amor, atención, ternura… para el alivio material; celo extremo o por la perfección espiritual de cada uno de ellos.”
(Beni-Abbès, diciembre de 1902, Escritos Espirituales, A mis hermanos más pequeños)
Ya en Nazaret, Carlos estaba convencido de que moriría mártir, y que eso sería el culmen de su identificación con Jesús por amor: el siervo no debe esperar ser más que su Señor:
(Dice Jesús) “Tu pensamiento de la muerte. Piensa que debes morir mártir, despojado de todo, tendido en tierra, desnudo, desfigurado, cubierto de sangre y de heridas, violenta y dolorosamente muerto, y desea que eso suceda hoy. Para que yo te haga esta gracia infinita, sé fiel en las vigilias y en llevar la cruz. Considera que es a esta muerte a la que debe conducir toda tu vida: ve, pues, la poca importancia que tienen tantas cosas. Piensa a menudo en esta clase de muerte para prepararte y para juzgar las cosas en su verdadero valor.”
(Nazaret, 6 de junio 1897)
“A esta vida seguirá la muerte: tu querrías la del martirio, sabes que lo puedes todo en quien te conforta, (…) pídemelo mañana y tarde, pero poniendo la condición de que ello sea mi voluntad, mi mayor bien, mi mayor consolación, la que tú quieres y pides, antes que nada… Pedir esto es una buena cosa: “no hay mayor amor que dar la vida por aquel a quien se ama”, y es perfectamente justo que tú quieras darme la señal del “mayor amor”.
(Retiro en Nazaret, noviembre 1897)